Frente a la sangría de empleos y el chantaje patronal, la única alternativa es la nacionalización y la lucha

La lucha obrera contra el desmantelamiento industrial y las graves consecuencias que conlleva se reactiva en la comarca lucense de A Mariña, donde el sábado 24 volvieron a manifestarse varios miles de personas.

Vestas: “tenemos beneficios, pero os cerramos”

Por un lado, el lunes 20, la multinacional danesa Vestas anunció por sorpresa que va a cerrar su planta de Viveiro, que ocupa a 115 trabajadores. Fueron a una reunión pensando que les iban a presentar los planes de producción para 2022 y se encontraron con el anuncio del cierre total antes de fin de año. “Sois muy buenos y tenemos beneficios, pero esto se acabó. Cerramos la fábrica”, les vino a decir un directivo de la empresa. También cerrarán plantas en Alemania y Dinamarca.

Para mucha gente, el anuncio de cierre es todavía más sorprendente porque la planta fabrica aerogeneradores, un sector que, en teoría, debería cobrar impulso en el marco de la lucha contra el cambio climático. Como decía el cartelito que llevaba un niño en la manifestación: “Si eólicos es igual a futuro, ¿por qué despiden a mi padre?”.

Como primera medida de protesta, el comité de empresa llamó a realizar concentraciones silenciosas delante de la fábrica todos los días durante el descanso.
La historia de Vestas en Viveiro es la de siempre. Abrió hace 22 años, se le facilitaron terrenos, el Ayuntamiento recalificó suelo..., y de repente se van sin más motivo que el amasar mayores beneficios en otras partes del mundo.

Los trabajadores de Alcoa retoman la huelga indefinida

Por otro lado, la amenaza de cierre de la planta de aluminio de Alcoa en San Cibrao sigue presente y la plantilla retomó el 27 de septiembre la huelga indefinida, por considerar que el último año y medio fue tiempo perdido. En palabras del presidente del comité (CCOO): “Llevamos 16 meses de conflicto laboral, ocho con paz social. Hemos dado tiempo de solucionarlo y no lo han hecho”.

Tiene razón. Pero también habrá que decir que la apuesta sindical por la venta de la planta a un nuevo capitalista que garantizase su continuidad no dio ningún resultado (pesar de que las gestiones las hace el Gobierno más progresista de la historia). Y mucho más importante: también habrá que sacar la conclusión de que seguir insistiendo en la misma vía es un completo error, y actuar en consecuencia.

Hay que aprender de la experiencia. Aun en el mejor de los casos (que apareciese un nuevo capitalista), ¿qué solución sería esta? La nueva empresa pediría recortes en las condiciones laborales y/o de plantilla, y todo tipo de subvenciones públicas, hasta que dentro de unos años nos volviésemos a encontrar en la misma situación porque, por mucho que se degraden, las condiciones laborales del Estado español jamás serán competitivas frente a las del tercer mundo.

Por otro lado, está previsto que el Tribunal Supremo se pronuncie el 20 de octubre sobre el recurso de Alcoa contra la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Galiza que declaró nulo el despido colectivo. Entre principal y compañías, está en juego el futuro de unos 800 trabajadores (a los que habría que sumar todo el empleo indirecto que genera una planta industrial).

La reacción de Alcoa al anuncio del reinicio de la huelga fue la previsible. Dijo que el coste de la electricidad triplica al de cualquier otro lugar del mundo, que “lo que contribuiría a la solución no es una huelga, que tiene un impacto negativo para el futuro de las plantas de alúmina y de aluminio, sino una verdadera solución del Gobierno al problema de la energía eléctrica”, que todos los potenciales compradores pidieron “garantías en el marco energético o un apoyo financiero muy significativo en sus ofertas” y que “si el Gobierno no puede garantizar un marco energético competitivo, Alcoa está dispuesta a progresar inmediatamente con la transferencia de la planta a la SEPI”.

Más allá de esta palabrería barata, la posible operación de compraventa fracasó entre otros motivos porque Alcoa no está interesada en traspasarle una de sus plantas a la competencia.

¡Basta de colaboración de clases!

Toda esta situación es un ejemplo más de que es imposible defender los intereses y el futuro de la clase obrera sin cuestionar las reglas de juego capitalistas, la legitimidad de las políticas empresariales.
Lamentablemente, todo indica que los grandes sindicatos van a seguir apostando por los frentes localistas, de unión de todas las “fuerzas vivas” para exigir una solución de ámbito territorial. Es decir, van a insistir en una orientación errónea. CCOO ya llamó a la Xunta y al Gobierno a trabajar juntos contra el desmantelamiento industrial de Galicia.

Ese espíritu de colaboración de clases se reflejó a la perfección en las declaraciones de la alcaldesa socialista de Viveiro nada más conocerse el anuncio del cierre de Vestas: “lo primero era gestionar una reunión con la Xunta para que recibiera al comité de Vestas y les asesoren con el ERE”. O sea, ¡decirles a los trabajadores que confíen en el PP! Y continuó: “lo siguiente será tratar de convocar una reunión con Vestas en la que participen la Xunta, el Ministerio de Industria, Ayuntamiento y sindicatos para que la empresa reconsidere su decisión porque no tiene sentido”.

Vestas respondió de inmediato, en el inicio del periodo de consultas del ERE: negativa total a retrasar las negociaciones y a participar en una mesa industrial con la Administración y los sindicatos para buscar una alternativa negociada al cierre. El presidente del comité acusó a la empresa de actuar con mala fe por no haber valorado “en absoluto” estas propuestas.

En Alcoa, en Vestas o en cualquier otra empresa, mal se pueden defender los intereses de los trabajadores cuando ni siquiera se entiende el fondo del problema.
La deslocalización de Vestas hoy, como la de Gamesa de As Somozas ayer, como todas las demás deslocalizaciones, tienen pleno sentido desde el punto de vista de clase de los intereses empresariales. Pretender convencer con argumentos a las empresas para que sigan otra lógica es la peor de las utopías, una auténtica quimera que sólo sirve para crear falsas esperanzas.

El único interés de las empresas es ganar dinero; y cuanto más, mejor. Todo lo demás les es indiferente… a menos que tengan enfrente un movimiento obrero que no sólo luche contra los efectos de las políticas capitalistas, sino también contra sus causas, que es la existencia misma de este sistema en que el objetivo de la economía no es satisfacer las necesidades sociales para garantizar una vida digna a todo el género humano, sino maximizar los beneficios de una pequeña minoría de ultrarricos a costa de la miseria de la gran mayoría y la destrucción del medio ambiente.

¡Hay que convocar ya huelga general en la comarca y extender la lucha en defensa del empleo!

Para salvar hoy Vestas de Viveiro o la planta de aluminio de Alcoa en San Cibrao lo que hace falta no son frentes comunes con la derecha y la patronal (ya sean de A Mariña, de todo el norte gallego o de toda Galicia). Esas alianzas interclasistas sólo servirán para impedir que los trabajadores se doten de una estrategia de la lucha que sirva a sus propios intereses. Es decir, las alianzas interclasistas significan en la práctica la subordinación de los trabajadores a los intereses de los empresarios.

Hay que acabar con la política sindical del mal menor, de la resignación, del mal llamado “realismo”. Los trabajadores necesitamos un sindicalismo que dirija la lucha a la raíz del problema, es decir, que cuestione el derecho de los capitalistas a cerrar las empresas y dejar comarcas enteradas arrasadas y condenadas al desempleo y la emigración.

Lo que deberían estar haciendo los sindicatos es unificar todas las empresas en lucha para impulsar un plan de movilizaciones que incluya la ocupación de las plantas amenazadas con el cierre y la convocatoria de una huelga general comarcal, primero, y en toda Galicia después otra, sin perder más tiempo en las entretelas de la Administración.

La lucha de Alcoa el año pasado desplegó una enorme fuerza, con movilizaciones masivas. Esa fuerza hay que hacerla confluir con otras luchas y orientarlas todas hacia un gran movimiento a nivel estatal de toma de empresas y de lucha por su expropiación bajo control obrero, vinculando el proceso de nacionalización con la mejora y el abaratamiento de sus productos y servicios.

Una nacionalización, además, que debe ser sin indemnización (¡ya chuparon bastante del bote!); al fin y al cabo, en algunos casos (Alcoa, por ejemplo) sería una renacionalización porque fue una empresa pública privatizada por el PP en tiempos de Aznar.

Evidentemente, estos objetivos no se van a conseguir pidiéndoles a los empresarios que sean “lógicos”. Sólo se lograrán basándonos en la fuerza de la movilización de masas, porque es la única forma de romper el aislamiento de los trabajadores y derrotar las presiones de las multinacionales, la patronal y los grandes poderes económicos...

Si queremos frenar todos los ataques que llevamos años recibiendo, los trabajadores necesitamos un sindicalismo combativo y anticapitalista.

 

 


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