Una de las consecuencias más graves que está dejando la pandemia del Covid-19, aparte de la estrictamente sanitaria, es la destrucción de miles de puestos de trabajo y el empeoramiento de las condiciones de vida para millones de trabajadores, especialmente para los sectores de la población que ya habían sido golpeados duramente por la crisis económica de 2008.
Uno de los sectores más afectados por esta crisis es el aeronáutico. Este sector se encontraba en un ciclo de importante expansión. Las previsiones de las grandes multinacionales aeronáuticas como Airbus y Boeing eran muy prometedoras. En los próximos 20 años preveían construir alrededor de 40.000 aviones, el doble de la flota actual, por un valor de 5 billones de euros. Todos estos planes han saltado por los aires.
En Euskadi, la industria aeronáutica tiene una importancia muy relevante, suponiendo el 6,1% del PIB industrial y ocupando al 2,4% de los trabajadores industriales. Muchas de estas empresas forman parte del clúster aeronáutico Hegan, que cuenta con 64 entidades y 176 instalaciones en todo el mundo, de las que la mitad se encuentran en Euskadi.
En 2018 el sector generó unos 2.500 millones de euros y empleaba a casi 15.000 trabajadores en las plantas que tienen repartidas a nivel mundial. En los últimos diez años ha duplicado las cifras de facturación.
Con la crisis del Covid-19 se ha reducido el tráfico aéreo hasta un 90% durante los últimos meses. Para el conjunto del año 2020 se prevé una reducción del 48% del tráfico anual de viajeros con respecto al año anterior, según la IATA (International Airport Transport Association). Este hecho ha producido una importante caída de la demanda de aviones por parte de las compañías aéreas, lo que ha llevado a los principales constructores a hacer reajustes en sus previsiones iniciales, reduciendo la producción en un 35% o 40%. Concretamente, Airbus presentó en junio un plan de recorte de plantilla de más de 15.000 trabajadores en todo el mundo, 1.600 de ellos en el Estado español.
Esta reducción de la producción en las grandes multinacionales aeronáuticas está afectando directamente a todos sus proveedores. ITP Aero por ejemplo - fabricante de turbinas para aviones - anunció en julio el despido de 600 trabajadores, un 15% del total. Al mismo tiempo, Rolls Royce, propietaria de la compañía, informaba de su intención de desprenderse de esta para compensar sus pérdidas. Aciturri, otra empresa del sector también ha reducido su actividad en más del 40% y ha planteado un ERE en sus plantas de Valladolid y Burgos, así como su empresa recientemente adquirida Alestis -que ha anunciado la no prorrogación del ERTE para negociar un ERE -. También el grupo Aernnova, con plantas en todo el Estado y una plantilla de unos 4.500 trabajadores en todo el mundo, ha perdido un 40% de carga de trabajo y para los próximos tres años prevé una reducción del 30%. Por este motivo ha informado que reducirá 950 empleos, 650 de estos en el Estado español.
Además de estos grandes proveedores la crisis también está afectando a multitud de empresas auxiliares del sector que han visto reducir significativamente su producción, lo que se traducirá en más destrucción de empleo.
Según las previsiones de Airbus, se estima que no se van a recuperar los niveles de producción anteriores a la crisis antes de 2023 o 2025. Sin embargo, un informe del FMI elaborado en junio plantea un escenario más incierto, reconociendo que la recuperación será más gradual de lo que se había pronosticado en un principio. En el escenario más pesimista, con un rebrote de la pandemia a comienzos de 2021, prevé tasas de crecimiento de la economía mundial negativas como mínimo hasta 2024, fecha hasta donde se ha realizado el estudio, por lo que las consecuencias para los trabajadores podrían ser dramáticas.
Crisis del capitalismo a nivel global
Las recetas económicas impuestas para atajar la recesión de 2008 fueron totalmente ineficaces para resolver las graves contradicciones acumuladas por el sistema capitalista durante décadas: bajo un sistema que solo busca el mayor lucro económico privado, las mercancías se producen sin planificación - a mayor velocidad que la capacidad del mercado para absorberlas - provocando crisis cíclicas de sobreproducción.
En 2019 el PIB mundial experimentó el menor crecimiento desde el año 2009 y las perspectivas para 2020 y 2021 ya eran peores antes del estallido de la crisis sanitaria. El FMI ya planteaba un próximo escenario de recesión. El coronavirus no ha hecho más que poner en evidencia y agudizar estos desequilibrios.
Por supuesto, según las direcciones de estas empresas, todos estos “ajustes” de plantilla tienen por objetivo salvar a las empresas y el empleo en el sector. De nada les han servido los cuantiosos beneficios obtenidos por sus propietarios en los años anteriores. Tampoco las múltiples ayudas recibidas por parte de los diferentes Gobiernos han servido para mantener el empleo sino para engordar sus cuentas bancarias.
Francia anunció 15.000 millones en ayudas al sector aeronáutico, especialmente para Airbus, mientras esta anunciaba la destrucción de miles de empleos. El Estado español, a través del Plan Tecnológico Aeronáutico también ha acordado con Airbus ayudas de 185 millones de euros, además de otros 100 millones destinados a las aerolíneas para la renovación de sus flotas.
En el caso de las ayudas a las aerolíneas destaca el rescate con dinero público de Air Europa - empresa con un agujero de 400 millones de euros - que tras ser saneada podría ser comprada por el grupo IAG del que forma parte Iberia. Con esta operación el dinero público empleado en el rescate iría a parar a la cuenta de la familia Hidalgo, propietaria de Air Europa.
Los ERTE implantados en todas estas empresas tampoco han evitado los despidos, tal y como argumentaban a la hora de negociarlos con los representantes de los trabajadores. Para lo único que han servido ha sido para ahorrarse los salarios de los trabajadores afectados, a costa del dinero público y precarizar aún más la mano de obra.
Parar la ofensiva patronal
La receta de los capitalistas para salir de la crisis ya la conocemos. Destrucción de empleo, desindustrialización, recortes salariales y generalización de la precariedad y la miseria entre la mayoría de la población. Su lógica es la de la obtención del máximo beneficio a costa de lo que sea, como la miseria creciente de la mayoría de la población o la destrucción del medio ambiente. Si queremos evitar una verdadera debacle social para los próximos años, debemos organizar una lucha seria contra todos estos ataques. Es imprescindible organizar una gran movilización en todo el sector aeronáutico de Euskal Herria.
ELA y LAB aglutinan a la mayoría de la clase trabajadora organizada en Euskal Herria. Con esta fuerza sindical es posible hacer frente a los ataques. Aceptar la lógica que nos imponen los capitalistas implica continuas concesiones y sacrificios de la clase obrera para que ellos mantengan intactos todos sus beneficios obtenidos mediante la explotación de los trabajadores y la expropiación de la riqueza creada por la clase trabajadora. Por eso hay que abandonar la práctica del sindicalismo “realista” y de aceptación del mal menor.
El cierre de Nissan a cambio de prejubilaciones e indemnizaciones pactadas dejando en la calle a 25.000 trabajadores entre principal, subcontratas y proveedores es una gran lección de la que sacar conclusiones. Tanto los comités de empresa como las direcciones de los sindicatos presentes en Nissan tenían en sus manos canalizar la fuerza que en todo momento han demostrado los trabajadores y la enorme solidaridad que existía por parte de la clase trabajadora en Catalunya y en todo el Estado. Existe una alternativa al sindicalismo de negociación de ERTE, despidos, bajas incentivadas, prejubilaciones, recolocaciones y planes de reindustrialización que jamás llegan a realizarse.
La alternativa es la defensa de un sindicalismo combativo
La mayoría sindical vasca debe retomar el camino de la lucha y la confrontación con el capital que comenzó a inicios de este año con la gran movilización de la huelga general del 30 de enero y que unificó a diversos sectores en lucha. La situación que estamos atravesando actualmente es mucho peor que la de entonces. Por eso la respuesta debe de ser lo más amplia y contundente posible. Hay que organizar asambleas en cada centro de trabajo donde se discuta democráticamente entre los trabajadores un calendario de movilizaciones que unifique a todo el sector aeronáutico y que extienda esta lucha a un nivel superior incorporando a la movilización a otros sectores golpeados por la crisis y buscando el apoyo del conjunto de la clase trabajadora.
La solución no se encuentra en el planteamiento de algunos sindicatos - como CCOO o UGT - que defienden la declaración del sector aeronáutico como sector estratégico para que este sea intervenido por el Gobierno de forma temporal: esto es mediante inyecciones de dinero público para luego devolver estas empresas a los capitalistas una vez saneadas. De esta forma lo único que se consigue es salvaguardar los beneficios privados de los capitalistas con los recursos de toda la sociedad y perpetuar las desigualdades sociales, la explotación y la pobreza.
Si la economía capitalista no es capaz de garantizar el empleo y acabar con la precariedad en el sector, tiene que ser la clase trabajadora la que se haga con el control de los medios de producción mediante la nacionalización de estas empresas bajo control democrático de los propios trabajadores. Hay que exigir esta solución al Gobierno del PSOE-UP y denunciar al PNV, el partido de la patronal que aprueba la destrucción del tejido industrial vasco con tal de mantener la tasa de beneficios de unos pocos. La estructura industrial de todo el sector aeronáutico - como la de otros sectores - es socialmente necesaria para fabricar entre otras cosas medios de transporte público, autobuses eléctricos y un sin fin de productos para mejorar la vida de millones de personas. Pero mientras mande el lucro privado capitalista esto resulta completamente inviable.
Por eso, la alternativa pasa por una lucha seria y organizada de todos los trabajadores y los sectores más oprimidos de la sociedad en defensa de los puestos de trabajo y de una mejora de las actuales condiciones laborales, el fin de la subcontratación, la precariedad, las horas extras y los bajos salarios. Es necesario defender - como lo hicimos en la huelga general del 30 de enero - un SMI de 1.200 euros, las 35 horas semanales, derogación de las reformas laborales del PSOE y del PP, la defensa de las pensiones, la sanidad y la educación pública y de unas condiciones de trabajo dignas.
Si queremos tener un futuro, hay que romper con el sindicalismo de moqueta que acepta que el capitalismo es el único sistema posible. ¡Sí hay alternativa! Hay que luchar por una alternativa para la clase trabajadora: por una sociedad sin desigualdades ni pobreza, donde los grandes medios de producción funcionen de forma planificada y respetuosa con el medio ambiente, para satisfacer todas las necesidades sociales y no los intereses de una minoría social que acapara la mayoría de la riqueza. Hay que luchar por la transformación socialista de la sociedad.