La escalada bélica en Oriente Medio ha dado un importante salto adelante después de meses de provocaciones militares por parte del régimen sionista de Israel, todas ellas consentidas por sus patrocinadores de Washington y Bruselas.
El genocidio contra el pueblo palestino en Gaza, que ya suma más de 40.000 asesinados y una hambruna cruel planificada como arma de guerra, ha ido acompañado en todo momento por incursiones salvajes del ejército israelí en Líbano y Cisjordania. Pero lo que realmente probó el interés del régimen supremacista de Netanyahu en provocar una guerra regional fue el ataque con misiles contra el consulado iraní en Damasco, que además de destruir el edificio acabó con la vida de varios militares iraníes, incluido un general de la Guardia Revolucionaria.
Los imperialistas occidentales se cuidaron mucho de condenar esta agresión militar contra un edificio diplomático de Irán, de la misma manera que no han movido un dedo para evitar el genocidio palestino y lo siguen justificando en nombre del “derecho de Israel a defenderse”. Pero ahora que Teherán ha devuelto de forma muy cautelosa y medida el golpe a Israel, con una incursión de cientos de drones y misiles en la noche del domingo 14 de abril, todos los Gobiernos occidentales han desplegado su maquinaria propagandística para señalar a Irán, y de paso a Rusia y China, como los responsables de esta escalada bélica. El cinismo del imperialismo occidental no conoce límites.
Israel y sus socios imperialistas ante el espejo: el genocidio y sus consecuencias
Israel no podría llevar adelante la criminal masacre en Gaza sin el sostén militar directo de los Estados Unidos y de la UE, y sin el apoyo operativo que recibe de la OTAN. Estados Unidos entrega anualmente a Israel armamento por valor de 3.800 millones de dólares, y su ayuda es imprescindible para que pueda disponer de una aviación potente. Tras el inicio del ataque a Gaza, la Administración Biden ha realizado dos envíos de munición para tanques y de componentes para la fabricación de obuses, y Alemania ha multiplicado por diez sus envíos previos, proporcionando al ejército sionista munición de todo tipo y motores para sus tanques Merkava, que son el arma más importante utilizada para sembrar la destrucción en Gaza.
Se puede decir, sin exagerar, que tanto Biden y los demócratas en EEUU como la socialdemocracia y los verdes alemanes, o el Gobierno conservador y los laboristas británicos, tienen sus manos tan empapadas en sangre palestina como Netanyahu y sus ministros, y cada vez lo ocultan menos. Para derribar los drones y misiles iraníes fue fundamental el concurso de los aviones norteamericanos y británicos y el apoyo de la inteligencia militar de ambos países.
La implicación de las potencias occidentales en la masacre de Gaza tiene también otras consecuencias. Cada día que pasa, la arrogancia del Gobierno Netanyahu es mayor. El respaldo incondicional de EEUU y la UE es también una luz verde para que estos fanáticos supremacistas sionistas actúen con más audacia y osadía, y piensen que una guerra regional no les vendría nada mal para asegurarse sus objetivos colonialistas e imponer el Gran Israel por el que suspiran, llevando a término una limpieza étnica definitiva contra la población palestina.
Pero una guerra en Oriente Medio que implique a naciones con una potencia militar demostrada como Irán, que desate un infierno en el Líbano y active militarmente a Hezbolá, que movilice a los pueblos del mundo árabe contra el imperialismo estadounidense, colocando contra la pared a la monarquía jordana, a la Junta Militar egipcia o al régimen marroquí, todos ellos fieles servidores de sus amos en Washington, es una apuesta para pensársela dos veces. Una guerra que tendría efectos devastadores en una zona clave para la economía mundial, que podría abrir las puertas de par en par a la recesión y que, después del fracaso cosechado en Ucrania, se podría volver contra sus instigadores. Difícilmente, además, la clase dominante europea y estadounidense podría frenar movilizaciones masivas de la población contra la guerra en Oriente Medio, comprometiendo aún más su crédito político.
Pero una vez dicho esto, la decadencia de EEUU y su debilidad en la escena internacional es un factor desestabilizador de primer orden. La guerra es terrible sí, terriblemente lucrativa como señaló Lenin, y el complejo militar industrial estadounidense y europeo haría buenos negocios. La cuestión obviamente no es solo los grandes dividendos que amasarán los monopolios, sino la desestabilización política global que implicaría una guerra de esta naturaleza, y sus consecuencias revolucionarias dentro de EEUU, de Europa y de todas las naciones árabes y excoloniales.
Teniendo en cuenta estas consideraciones se entiende mejor que Biden y sus aliados estén presionando a Netanyahu para que contenga su respuesta a Irán en unas dimensiones que reduzcan el riesgo de una guerra generalizada.
Tampoco Irán y sus aliados, China y Rusia, tienen interés en estos momentos en una escalada bélica. El imperialismo chino está disputando la hegemonía en la economía mundial a EEUU, y ello se está traduciendo en una mejora significativa de su influencia y su peso en Oriente Medio, incluido Israel. Es poco conocido, pero debemos ser conscientes de que el régimen de capitalismo de Estado chino se ha convertido en el segundo socio comercial del Gobierno sionista. Desde 2021, las importaciones israelíes de bienes chinos han superado a las procedentes de Estados Unidos, y todo indica que, a pesar de la retórica de Pekín, esa relación seguirá afianzándose.
La mejor demostración de la voluntad de no escalar el conflicto por parte de Irán es el tipo de ataque realizado, con un número limitado de misiles y basado en drones, pero sobre todo por la constancia de que el Gobierno iraní mantuvo contactos previos con la Administración Biden tanto a través de los servicios de inteligencia turcos como de la embajada suiza en Teherán, que es la encargada de representar los intereses norteamericanos en el país.
Que Irán y sus aliados de Pekín y Moscú no tengan interés en una guerra generalizada no quiere decir, en absoluto, que estén dispuestos a encajar estoicamente cualquier agresión occidental. Por razones de orden interno, dar señales de extrema debilidad después de las movilizaciones populares contra al Gobierno teocrático de los ayatolás no es una opción. Tampoco China y Rusia se pueden permitir vacilaciones o la inacción total ante la agresión a uno de sus aliados clave, sobre todo teniendo en cuenta el liderazgo y la influencia creciente de ambas potencias entre los países del llamado Sur Global.
Desde hace algunos años cada vez más países que se suponían aliados incondicionales de EEUU giran hacia la órbita de Pekín, aunque sin romper sus lazos económicos y militares con Washington. La derrota norteamericana de Afganistán en el verano de 2021, que fue seguida por el fulminante colapso de su régimen títere instalado en Kabul, fue un serio aviso de que el poder imperial de Washington había entrado en una fase de decadencia orgánica y de que más valía buscarse otros protectores más fuertes y fiables. China no está dispuesta a que esa valiosísima ventaja en el campo de las relaciones internacionales se diluya a causa de su debilidad ante la agresión militar a un fiel aliado.
Aunque las grandes potencias imperialistas de uno y otro bloque prefieran mantener la tensión bélica dentro de un marco limitado, eso no significa que sea previsible un alivio a la horrorosa matanza que está teniendo lugar en Gaza.
Las presiones de los ministros de la extrema derecha sionista son muy serias, y Netanyahu sigue concentrando una fuerte contestación interna ante el hecho evidente de que no ha sido capaz de resolver la entrega de los rehenes. Frenar ahora el ataque a Gaza significaría volver a la situación política interna previa al 7 de octubre, cuando las calles de Tel Aviv y otras ciudades de Israel hervían de manifestantes que exigían su destitución, y cuando los tribunales israelíes se preparaban a procesarlo por graves casos de corrupción.
Para asegurarse su futuro, y quizás para evitar su encarcelamiento, Netanyahu está en una huida hacia adelante para mantener la agresión por tiempo indeterminado, con la plena confianza de que sus protectores occidentales no van a dejarlo caer, pase lo que pase.
El fracaso de la OTAN en Ucrania es un hecho consumado. En estas circunstancias Estados Unidos no puede permitirse la derrota, aunque solo sea parcial, de un aliado tan fiel y valioso como Israel. La defensa de su hegemonía como potencia imperialista ata los destinos de Washington a los de Netanyahu, más allá de fricciones puntuales.
Por eso, las primeras noticias sobre la movilización de dos nuevas brigadas de reservistas para reforzar el frente de Gaza, contradiciendo los anuncios de “retirada” publicitados desde fuentes gubernamentales norteamericanas, hacen temer que el inhumano sufrimiento del desgraciado pueblo gazatí va a incrementarse aún más. La matanza del hospital de Al Shifa, en el que pacientes de todas las edades fueron asesinados a sangre fría en sus camas, o el ataque a una columna de refugiados que volvían al norte de la Franja incitados por las propias autoridades israelíes para atraerlos hacia una trampa letal, dan pistas respecto a lo que se avecina. La matanza seguirá su curso, alentada por la complicidad criminal de las “democracias” occidentales.
El nuevo auge del militarismo no es casualidad. La guerra contra el enemigo interior
Que EEUU y sus aliados duden de las consecuencias inmediatas de un conflicto bélico generalizado en Oriente Medio no debe interpretarse, bajo ningún concepto, como un alejamiento del riesgo de guerra y la promesa de un horizonte de paz. ¡Todo lo contrario!
Es cierto que la Administración demócrata, como antes la republicana, tiene buenos motivos para rehuir intervenciones militares que impliquen el envío de tropas estadounidenses a otras partes del mundo. Las desastrosas experiencias de Iraq, Afganistán y Siria están muy recientes, y las dificultades para concitar un apoyo interno a guerras de este tipo son enormes. La guerra de Ucrania, estimulada con tanta ligereza y arrogancia por Washington, es un buen recordatorio de que las cosas han cambiado mucho, y siempre a peor, para el imperialismo occidental.
Sin embargo, la dinámica conflictiva con China y Rusia no se ha resuelto ni mucho menos. La perspectiva de una batalla aún más encarnizada por el dominio de los mercados, de las materias primas estratégicas, de las rutas comerciales y por el liderazgo de una economía mundial estrechamente vinculada y globalizada está fuera de discusión. Recordemos que la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en julio de 2022 señaló, en su documento de Concepto Estratégico, a China como el enemigo principal y para frenarlo no descartó el uso del arma nuclear. Con los tambores de guerra que los Gobiernos europeos hacen sonar desde hace meses, agitando el espantajo de la “amenaza rusa”, intentan crear un clima de miedo e histeria que les permita justificar entre la “opinión pública” estos planes militaristas.
En los casi dos años transcurridos desde esta cumbre, la derrota de EEUU en su guerra económica con China no ha dejado de profundizarse. Primero fracasaron las medidas de Trump imponiendo más aranceles y sanciones comerciales, que se saldaron con una pérdida de capacidad de crecimiento de la economía norteamericana, un retroceso en la competitividad de su industria y un duro castigo, en forma de fuerte subida de precios, a la población norteamericana más pobre. Fracasaron también las medidas impulsadas por Biden que, aunque más estudiadas y selectivas que las de Trump, no solo no frenaron la expansión de China, ni la de Rusia, que presenta una situación económica impensablemente buena para ser un país en guerra y sujeto a sanciones, sino que un buen sector de la clase dominante norteamericana las ignora y opta por seguir apostando por la colaboración con el capitalismo chino.
Las recientes visitas a Pekín de grandes capitalistas yanquis como Tim Cook, director ejecutivo de Apple, y la presencia de los presidentes del fondo de inversión Blackstone o del gran fabricante de semiconductores Qualcomm en la reciente cumbre empresarial del 27 de marzo con Xi Jinping como anfitrión, son síntomas inequívocos de que, por mucho que les gustase lo contrario, el aparato imperialista estadounidense pierde posiciones frente a China y sus aliados.
Como la situación de Ucrania ha puesto de manifiesto, la debilidad económica e industrial de EEUU y la UE lleva aparejada el debilitamiento de sus capacidades militares. Pero la clase dominante norteamericana, a pesar de sus divisiones tácticas, no va a renunciar mansamente a su papel hegemónico en el orden mundial. Por eso sus planes se orientan a aplazar por el momento choques bélicos de cierta amplitud, preparando al mismo tiempo una campaña de rearme, sin precedentes desde los años de la Guerra Fría, que les permita superar su actual inferioridad.
Tras el ataque iraní, Biden está intentando que el Congreso estadounidense de luz verde a un paquete de ayuda militar a Israel y Ucrania valorado en 95.000 millones de dólares y que lleva meses paralizado por la oposición de los republicanos. A pesar de que la victoria rusa es imparable, Biden trata de erosionar en la medida de lo posible su potencial militar, aunque sea a costa de decenas de miles de vidas de reclutas ucranianos y rusos. De paso, intenta evitar el efecto negativo que una abierta derrota de Zelenski tendría en las elecciones presidenciales de noviembre de este año.
Además de su debilidad económica, hay un factor político aún más crucial que azuza los planes de rearme militar, el aumento de la escalada represiva interna, así como la aprobación de leyes autoritarias y de excepción que cercenan los derechos democráticos. Y este factor es el miedo a levantamientos populares en los países árabes, a las movilizaciones en EEUU y Europa contra el genocidio sionista que han sacado a millones de personas a las calles y a los efectos evidentes en la polarización social que los recortes y el empobrecimiento impuestos por los Gobiernos capitalistas están teniendo. El enemigo interior, es decir, la clase obrera y la juventud, está en el punto de mira. La burguesía está preparándose para responder violentamente a un horizonte de convulsiones sociales con implicaciones revolucionarias.
Con los tambores de guerra que los Gobiernos europeos hacen sonar desde hace meses, agitando el espantajo de la “amenaza rusa”, intentan crear un clima de miedo e histeria que les permita justificar entre la “opinión pública” estos planes militaristas. Con esa argumentación falaz, reproducida a todas horas por los medios de comunicación, ocultan los motivos reales.
Evidentemente el rearme no sale gratis. Los recursos que la UE está invirtiendo en armamento, 240.000 millones en 2022 —un 6% más que en 2021—, 280.000 en 2023 y los 350.000 previstos este año, saldrán del recorte del gasto social. Y en esta tarea la socialdemocracia se pone a la cabeza, ya sea en Alemania o en el Estado español.
Los amos del negocio de la guerra se frotan las manos. Las nueve grandes firmas de armamento de EEUU y Europa se preparan para un año 2024 glorioso, con una facturación prevista de 312.800 millones de euros. Estos beneficios se obtendrán a costa de exprimir más y más a la clase trabajadora y de preparar las condiciones de un futuro de guerra y represión contra todos los que se atrevan a rebelarse frente al dominio del gran capital.
Pero la extensión a lo largo del planeta del escenario de horror y desolación que hoy vemos en Gaza no es un destino inevitable. En nuestras manos está la capacidad de destruir definitivamente este sistema pútrido que, a la inmensa mayoría, solo nos reserva un sufrimiento insoportable. La condición es que nos organicemos para luchar por el programa del comunismo revolucionario y del internacionalismo.
¡Ni un euro, ni una bala, ni un soldado para la guerra imperialista!
¡Alto al genocidio palestino en Gaza. Solo podemos confiar en la movilización internacionalista para defender la causa palestina!
¡Por el derrocamiento del Estado sionista, por la Federación Socialista de Oriente Medio!
¡Contra el militarismo y los programas de rearme. Ningún apoyo a los Gobiernos capitalistas y a la socialdemocracia otanista!
¡Contra la guerra de los capitalistas, revolución socialista!