Los trabajadores paralizan la actividad para exigir medidas de seguridad

En la mañana del pasado sábado 26 de marzo se produjo un accidente muy grave en la refinería de Repsol en A Coruña en el que resultaron heridos dos trabajadores de la empresa auxiliar Nervión.

Uno de ellos, Unai Martínez de 35 años, murió en la UCI del hospital de A Coruña tres días después. Todo indica que la causa del fallecimiento ha sido la inhalación de un gas tóxico liberado por la explosión de una tubería en la zona en que trabajaban. Según explicaron sus propios compañeros, tras la explosión vieron a Unai y Óscar desmayados, por lo que avisaron inmediatamente al 112, que envió una ambulancia medicalizada en la que trasladaron a Unai con muy mal pronóstico al hospital.

Accidente laboral, terrorismo patronal

Ante la indignación que este crimen patronal ha provocado entre los trabajadores de la industria auxiliar, a Repsol no le quedó más remedio que declarar día de luto el martes 29, y poner en marcha una campaña de blanqueo en la que las lágrimas de cocodrilo, las promesas de mejoras en la seguridad y el intento de presentar este crimen como una fatalidad de la que ellos no son culpables han ocupan los grandes medios de comunicación.

Nada más lejos de la realidad. Unai, junto a medio millar de trabajadores de la industria auxiliar del montaje, estaba trabajando en una parada técnica de mantenimiento y reforma que la refinería había empezado el 10 de marzo y que debía durar cinco semanas. La presión a la que las empresas matrices y la explotadora patronal de auxiliares someten a los trabajadores en este tipo de paradas son conocidas en todo el sector. Se trata de una jungla a la que te vas acostumbrando porque no te queda otra, porque hay que ganarse un salario para seguir sobreviviendo.

¡La pura verdad es que a Unai lo tuvo que trasladar al hospital una ambulancia del 112, porque en las instalaciones no estaba disponible ni una ambulancia medicalizada, ni personal médico!

¿Cómo es posible que Repsol, una multinacional que el año pasado obtuvo unos beneficios de 2.500 millones de euros, no disponga de ambulancias medicalizadas con médicos y personal auxiliar durante las 24 horas de los 365 días de año en una refinería que genera más de 3.000 puestos de trabajo?

¿Cómo es posible que, en una parada técnica perfectamente planificada, no se hayan despresurizado y drenado todas las tuberías de gases tóxicos (y no tóxicos) en las zonas de trabajo para evitar este tipo de accidentes?

La respuesta es sencilla y cruel: porque para los capitalistas la seguridad es un gasto, no una inversión. Porque quien se muere en los tajos no son ellos o sus hijos.

La industria auxiliar paraliza la refinería para exigir medidas de seguridad

La rabia por el accidente estaba presente desde el mismo sábado entre el medio millar de trabajadores de las contratas que están trabajando en la parada. Pero con el paso de los días fue creciendo, ante la actitud de una patronal que en ningún momento dejó de presionarlos: “la mejor manera de superar el accidente es que sigáis trabajando”, y de unos sindicatos que permanecían desaparecidos.

Cuando en la mañana del martes se confirmaba la muerte de Unai la indignación se transformó en combatividad y determinación para exigir una investigación real del accidente y unas mejoras en la seguridad para evitar que esto vuelva a suceder. El mismo martes Repsol, consciente de este ambiente, declaraba un día de duelo y al medio día se convocaba una concentración en las puertas de la refinería, donde los trabajadores reprocharon el oportunismo de unos representantes de sindicales que llevan años callando y desmovilizando ante la degradación de las medidas de seguridad.

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Era una parada técnica planificada, pero no se despresurizaron ni drenaron todas las tuberías de gases tóxicos (y no tóxicos) en las zonas de trabajo. Para los capitalistas la seguridad es un gasto, no una inversión. 

Las direcciones sindicales con mayor representación en la planta, CIG y CCOO, se vieron entonces obligadas por los trabajadores a ponerse al frente del malestar. Se convocó un paro y bloqueo de las puertas para el día siguiente, y se elaboró una tabla reivindicativa que incluía la exigencia de una investigación real que permita conocer cómo sucedió este accidente y las responsabilidades del mismo, pero también mejoras de seguridad, como la presencia continúa de una ambulancia medicalizada (con un médico y dos técnicos sanitarios), mayor dotación de epis (equipos de respiración autónoma o balizas de gases), mejora en los protocolos (por ejemplo, no puede haber tuberías sin drenar en zonas de trabajo) o cursos de formación para todo el personal.

Ante la firmeza de los trabajadores para mantener el paro, la empresa se vio obligada a extender la jornada de luto al miércoles primero y al jueves después, para evitar que la indignación fuese en aumento, y finalmente a hacer algunas concesiones como la presencia constante de la ambulancia medicalizada y el personal médico, la dotación de epis, y la participación de representantes sindicales en la investigación del accidente.

La burocracia sindical trabajando para el patrón

Las direcciones sindicales, además de ir a remolque de los trabajadores, en todo momento han estado maniobrando con Repsol para desactivar esta lucha y forzar la vuelta de los trabajadores al tajo. En la asamblea del propio viernes 1 de abril por la mañana pidieron a los trabajadores que votasen a favor de retomar la actividad una vez conseguidas estas mejoras, pero los trabajadores les exigieron que entrasen a comprobar que efectivamente las habían aplicado ya, y a continuación se negaron a levantar el paro.

Tras la maravillosa manifestación que se celebró ese mismo viernes al mediodía, volvieron a celebrar una asamblea por la tarde en la que votaron a favor de volver al tajo el lunes. La burocracia sindical jugó con la promesa de mejoras a medio y largo plazo y con la frustración que genera el tener al frente de la lucha a unos dirigentes que no quieren pelear y que están entregados a las empresas.

Sin unas mejoras reales, las condiciones para un nuevo estallido están dadas. A Unai lo mató una multinacional que recorta en ambulancias y personal médico, en recursos preventivos que impidan que en una zona de trabajo haya tuberías con fluidos tóxicos, que lleva los ritmos de trabajo y las jornadas laborales maratonianas hasta el límite físico. A Unai lo mató la avaricia del capitalismo y de una burocracia sindical que colabora con este para desactivar aquellas luchas mediante las que la clase obrera tenemos que cambiar esta realidad.

La respuesta dada por los trabajadores de las auxiliares estos días en Coruña ha sido un ejemplo, como antes lo fue la respuesta de los obreros del Metal en Cádiz, o de los compañeros del Metal en Vigo, y tantas otras. La precariedad y la pérdida sistemática de derechos nos afectan a millones de trabajadores en todo el Estado. Por eso hoy sigue siendo imprescindible construir desde abajo un sindicalismo verdaderamente combativo y de clase. La lucha es el único camino.

 


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