Soy un trabajador eventual en la planta de montaje de la factoría de Ford en Almussafes, Valencia. Desde que entré, el ritmo, la carga y la presión que sufrimos diariamente no ha dejado de sorprenderme. Los primeros días de trabajo normalmente realizas 11 horas seguidas, ocho a un ritmo de muerte para seguir el ritmo de una tarea que estás aprendiendo, y otras tres (que se cobran a seis euros, cuando deberíamos cobrarlas a 14 como horas extras que son) para seguir machacando ese puesto o el de al lado. Todo esto suele durar unos diez días, diez días de auténtica pesadilla. Los encargados te preguntan si quieres aprender más puestos, aunque saben que lo harás, de lo contrario bien sabe uno que puede que no des el perfil al cabo de los quince días de prueba o el próximo mes que renueves. Sí, porque se renueva mes a mes en la práctica.

No olvidemos el tema de los accidentes debido al ritmo de trabajo infernal. Cuando alguien sufre un pequeño accidente, como hacerse una herida de un par de puntos en la cabeza o en el brazo, la práctica regular es subsanarlo como se pueda en la enfermería y no se te ocurra pedir que te lleven a la mutua. Si lo haces, la mutua hace un parte de accidente y eso es negativo para los números de accidentes, por lo que lo mejor para no meterte en líos y conservar tu puesto de trabajo temporal es aguantar el tirón y seguir trabajando con la herida recién curada.

Aunque quieres creer que todo esto se va suavizando conforme pasa el tiempo y te asientas, nada queda más lejos. Cada cierto número de meses se realizan rebalanceos para apretar aún más la carga de trabajo y eliminar a gente, es decir, ahorrar en salarios y aumentar beneficios. Con la llegada de los cambios y las nuevas acciones a realizar sobre el coche, llegan nuevos avisos de que cuidado con las paradas y los fallos para mantener la tensión. La falsa cantinela de que bajará la producción nadie se la cree ya, argumenten lo que argumenten, el ritmo y el número de coches que acabamos haciendo al final del día no bajan desde que empezó el año.

¿Y qué nos queda?

La reacción y el pensamiento más inmediato de supervivencia es “callar, tragar y aceptar que tampoco estamos tan mal”. Pero en mi opinión, sí que estamos mal, por dos razones. La primera, porque pensar en que si levanto la voz me voy a la calle es el violento chantaje de la miseria a los que sólo tenemos nuestro trabajo. La segunda, porque las condiciones de trabajo que tenemos y que, a grandes rasgos, mejoran a las del resto de empresas, no las tenemos porque nuestros patrones valoren nuestro esfuerzo y sacrificio mientras que callamos y tragamos, en absoluto. Esas condiciones, tanto a nivel de convenio colectivo como de convenio particular en esta empresa, fueron arrancadas con lucha, paros y mucho sacrificio en los años 70 y 80.

La situación actual es que todas esas conquistas están desapareciendo, igual que desaparece de nuestra memoria que las mejoras se consiguen luchando. Los principales responsables, son los dirigentes del sindicato mayoritario, la UGT, que viven del rédito de aquellas conquistas y que desde hace mucho están totalmente implicados en la paz social en esta empresa (por ello han ocultado una reciente huelga indefinida de los trabajadores de Acciona en esta factoría). A nivel del gobierno del PP también mantienen la paz social junto con los dirigentes de CCOO. Un gobierno al servicio de los empresarios y patrones, que durante cuatro años ha llevado ataques muy duros sin una respuesta seria y a la altura por parte de estos dirigentes. Ahora preparan una nueva arremetida.

¿Cómo se explica que en una empresa cuya producción no funciona a temporadas, como por ejemplo el sector agroalimentario, se utilicen contratos por obra y servicio para poder emplear de manera temporal durante tres años, cuando la regla general actual es que el máximo son dos años? Igual que se explican los nuevos grados desde 2013, la limitación a tres quinquenios, que en el turno de noche sólo se cobren dos horas del domingo cuando antes se cobraban las ocho de la jornada o que no haya servicio de comedor.

La cuestión de fondo es que quien tiene que defender nuestros intereses tiene la manera de pensar del que tiene que machacarlos, porque la idea de que “sin beneficios la empresa no puede mantener los puestos de trabajo y los salarios” ha conquistado sus cabezas. A la pregunta de los temporales sobre nuestra continuidad al delegado de UGT, las respuestas son: “todo depende del mercado, de que la economía suba o baje, de que otros países compren coches, etc., etc.”. Es decir, que nosotros realizamos nuestro trabajo produciendo pero si las ventas no van bien también lo pagamos y, por supuesto, aunque sigan obteniendo ingentes beneficios.

Ante cualquier ataque ni se plantean responder movilizando, su única estrategia son reuniones donde sólo muestran sometimiento puertas adentro y puertas afuera se muestran como auténticos “guerreros”, pero siempre entre moquetas, nunca en la calle con la plantilla y ellos encabezando. En la historia de la lucha de los trabajadores por mejoras y derechos, nunca se ha ganado nada en los despachos sin antes haberlo conseguido en la calle.

Todas esas condiciones perdidas también afectan a las empresas satélite, a los otros sectores e incluso a los futuros puestos de trabajo que tendrán nuestros hijos. Si en la Ford, que es una factoría grande, trabajan por cuatro chavos y a ritmos mortales, ¿por qué no van a explotarnos igual o más en otras empresas que son más pequeñas y con los trabajadores menos organizados?

¿La estrategia de paz social garantiza que Ford mantenga o destine producción aquí? Ni lo ha hecho, ni lo hará, todo lo perdido ya nos muestra que también podemos perder mucho más cuando ellos quieran. Si llega un día en que se lleven producción o, incluso, si se les ocurre desmontar prácticamente toda la factoría como pasó en Bélgica, lo único que garantiza esa docilidad es estar desarmados. No habrá capacidad de respuesta porque no seremos conscientes de la fuerza que tenemos los trabajadores organizados, ni tendremos un sindicato de clase con suficiente autoridad, credibilidad y experiencia para dirigir la lucha hasta el final. Lo único que garantizará poder mantener lo que queda y restaurar todo lo perdido es una política sindical de clase, combativa y revolucionaria como la de los trabajadores de la planta de Coca-Cola en Fuenlabrada, que llevan 3 años de lucha contra el cierre de la planta y ni siquiera siendo una de las mayores multinacionales del mundo lo ha conseguido. No hay duda de que los trabajadores jóvenes y no tan jóvenes de esta factoría podemos cambiar las cosas.

August Farga


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