En los pasados meses de octubre y noviembre finalizaban con éxito dos destacadas luchas protagonizadas por plantillas de mujeres contra importantes patronales; la de las trabajadoras de residencias de mayores en Bizkaia y la de las empleadas de la segunda filial más importante del gigante textil Inditex, Bershka, en Pontevedra.

En los pasados meses de octubre y noviembre finalizaban con éxito dos destacadas luchas protagonizadas por plantillas de mujeres contra importantes patronales; la de las trabajadoras de residencias de mayores en Bizkaia y la de las empleadas de la segunda filial más importante del gigante textil Inditex, Bershka, en Pontevedra. Tras trescientos setenta días de huelga, y nueve de huelga indefinida, respectivamente, estos dos colectivos, ganaban el pulso a la empresa mostrando que la lucha contundente y decidida es el único camino para conseguir victorias sindicales. Este modelo es más necesario aún si el enfrentamiento es con grandes corporaciones. A la vez, han puesto en evidencia la bancarrota de la política del “pacto social” y la desmovilización a la que las grandes centrales sindicales rinden pleitesía para desgracia de las condiciones laborales y de vida de millones de trabajadores y trabajadoras.

Sesenta y cuatro trabajadoras frente a Inditex, David vence a Goliat

En el mes de agosto la revista Forbes situaba a Amancio Ortega, propietario del grupo Inditex con una plantilla mundial de 162.000 empleadas, fundamentalmente mujeres, y un beneficio neto en 2016 de 3.157 millones de euros, como el hombre más rico del mundo con una fortuna estimada en 71.116 millones de euros. Bershka registraba en 2016 un volumen de facturación de 2.012 millones de euros, convirtiéndose en la segunda filial del grupo por volumen de ventas, con más de mil tiendas repartidas por 70 países.

En medio de esta orgía de beneficios Bershka decide cerrar varias tiendas en Pontevedra y las trabajadoras se movilizan contra los despidos.

Lucharon y consiguieron incrementar sustancialmente las indemnizaciones a recibir. Como represalia, la empresa no aplicó a las trabajadoras de Pontevedra las mejoras recogidas en el nuevo convenio firmado, alegando que el coste de dichas mejoras ya estaba recogido en las indemnizaciones pagadas. Esta discriminación frente al resto de sus compañeras gallegas suponía, entre otras cosas, hasta 130 euros de diferencia en el salario mensual.

Así es como una plantilla de sesenta y tres trabajadoras y un trabajador deciden por unanimidad en asamblea lanzarse a una huelga indefinida hasta conseguir la equiparación en derechos y condiciones laborales con sus compañeras de A Coruña. La huelga comienza y transcurre con un 100% de seguimiento, obligando a la empresa a cerrar las cinco tiendas que tiene en Pontevedra. Verjas bajadas y concentraciones frente a la sede del grupo en Arteixo hacen que la patronal se siente a negociar. El primer intento es una burla, una propuesta de subida salarial de diez euros para trabajadoras con jornada completa y proporcional para las que trabajan a tiempo parcial (el 90% de la plantilla). Las trabajadoras no aceptan y prosiguen paralizando las ventas y manifestándose en las calles, hasta que pocos días después la empresa cede asustada por el impacto social del conflicto y el miedo a un efecto contagio en las plantillas de otras tiendas y filiales.

Habían ganado, habían derrotado a ese gran gigante supuestamente invencible y el tres de noviembre en asamblea, por unanimidad, en una sala repleta de trabajadoras, algunas con sus hijos en brazo, deciden levantar la huelga. Habían conseguido, tras nueve días de pelea, una subida salarial de 120 euros al mes, poder descansar un sábado de cada mes, derecho a quince días de vacaciones en los meses de julio y agosto, mejoras en materia de jornada, excedencias, permisos de lactancia, bajas y conciliación familiar, además la empresa les tendrá que abonar tres de los nueve días de huelga (cada día suponía una pérdida para las trabajadoras de unos sesenta euros, en salarios que rondan los novecientos). La huelga culminaba con una enorme victoria gracias a la determinación de estas trabajadoras.

Trabajadoras de residencias vizcaínas, veintitrés meses de huelga que han valido para mucho

Las tres patronales del sector ocupan a cinco mil trabajadores en toda la provincia, la gran mayoría mujeres, distribuidos en ciento cincuenta centros en los que día a día amanecen diez mil mayores. Las condiciones draconianas que sufren las relatan muy bien los familiares de los usuarios, que se han constituido en asociación, el colectivo Babestu de familiares de usuarios de residencias. Esta asociación ha sido creada al calor de la huelga y ha recogido 19.500 firmas exigiendo el fin del conflicto con mejoras para las trabajadoras, que según sus propias palabras, “trabajan hasta la extenuación en lo físico y en lo psicológico”.

Trescientas setenta jornadas de huelga, la huelga más larga en la historia en Bizkaia, ha terminado en victoria a pesar de que la patronal ha jugado todas sus bazas, apretando con aumentos de los servicios mínimos y una campaña brutal de criminalización en los medios de comunicación. Esta victoria ha sido posible por la valentía y el convencimiento de las trabajadoras, que han explicado y ganado el apoyo de la opinión pública explicando la necesidad de mejorar sus condiciones laborales para mejorar un servicio a los mayores progresivamente deteriorado por los recortes, la subcontratación y la falta de plantilla para cubrir las bajas y mejorar la, cada vez peor, atención a los usuarios y sus familiares.

Sus protagonistas explicaban entre lágrimas de alegría que se trataba de una “lucha social y feminista, una huelga de mujeres para dignificar los trabajos de cuidados”. Cinco mil familias que durante veintitrés meses han vivido entre pancartas, megáfonos, concentraciones y manifestaciones han dado una gran lección. Han conseguido que con el convenio firmado hasta 2020 se alcance progresivamente un salario mínimo de 1.200 euros, subida salarial de 140 euros al mes en cada una de sus catorce pagas, actualización de los pluses de 1,70 a 2,75 la hora, jornada de 35 horas, mejoras en los descansos y en la formación, en las bajas por accidente o enfermedad profesional y un aumento progresivo de las plantillas totalmente raquíticas.

La lucha feminista, social, de clase y contraria al “pacto social”

Si algo demuestran estos dos ejemplos es que este modelo sindical es el que vale para mejorar las condiciones de vida de las plantillas. La lucha decidida frente a la estrategia de la paz social, que en la práctica sólo sirve para favorecer los intereses de las grandes corporaciones que, a pesar de la crisis, siguen manteniendo beneficios multimillonarios y se niegan por las buenas a otorgar unos mínimos derechos a sus trabajadoras.

El colectivo de mujeres, jóvenes como en el caso de Bershka o veteranas como en el caso de Bizkaia con trabajadoras que han dedicado su vida a atender y hacer posible la vida de decenas de miles de familias, ha estado y está totalmente abandonado por parte de las grandes centrales sindicales CCOO y UGT. Las delegadas de estos dos conflictos han buscado otras opciones sindicales, como la CIG o ELA, respectivamente, para organizarse. Pero más allá de esto, lo determinante ha sido su actitud y su acción personal y colectiva en dar una pelea que ha encontrado en la calle y en la movilización el apoyo de su entorno. Las mujeres trabajadoras sólo ganamos luchando, así ha sido y será siempre, y este modelo sindical de confrontación es la gran lección para toda la clase trabajadora en su conjunto. Pelear es útil, pelear es necesario, y si lo hacemos con decisión y sin aceptar chantajes, vencemos y venceremos.


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